Llegada a la tierra prometida. Apuntes desde la noción de fascismo en Georges Bataille

En 1933, Georges Bataille publica en La Critique sociale dos textos breves (“El problema del Estado” y “La estructura psicológica del fascismo”) que en lengua española saldrían en un solo volumen traducido como El estado y el problema del fascismo[i]. En ellos despliega la lógica operativa de los discursos totalizadores de algunos regímenes políticos que se configuraron durante la primera mitad del siglo XX, a la vez que señala el papel que jugaron ciertos elementos sagrados dentro de dichos discursos.

El fascismo, como mecanismo de coacción masivo a partir de la identificación radical entre un nosotros/ustedes, puede sonar a un término anacrónico que no alcanza a dar cuenta de la complejidad actual de los fenómenos de masas. Más aún, cuando el papel de la figura Estado-Nación, como regulador de la vida social, parece haberse difuminado entre las especulaciones y movimientos del mercado. ¿Qué pertinencia tiene esta noción para pensar el reciente auge de los movimientos ultra conservadores en Europa? Por ejemplo, en Francia – patria de Bataille, quien vivió y escribió entre la Gran Guerra, la ocupación nazi y el Gaullismo-, las más recientes elecciones presidenciales se definieron en una segunda vuelta por una diferencia mínima –de un 2.57%-, a favor del candidato “moderado” Emmanuel Macron, y sobre la abanderada derechista Marine Le Pen. ¿Cómo es que algunos discursos políticos que llaman a la unidad a partir de invocar entidades trascendentes como Estado o Pueblo, funcionan como una aparente demostración de soberanía cuando, al mismo tiempo, se sirven de la subordinación de aquellos que participan de dicha unidad?

Los elementos sagrados (o aquello que se reconoce como puro o impuro[ii]) que invisten a las figuras y los símbolos del poder estatal son fundamentales para exaltar una diferencia original, en el sentido mítico del termino, de un grupo que se reconoce como superior frente a otros. Bataille menciona al respecto: “La superioridad (soberanía imperativa) designa el conjunto de los aspectos impresionantes –que determinan afectivamente la atracción o la repulsión- propios de las diferentes situaciones humanas en las que es posible dominar e incluso oprimir a sus semejantes”[iii]. Por ejemplo, Samuel Amaral, en su artículo “Augusto y Mussolini, la presencia de la Roma antigua en la Roma fascista”[iv], hace un rastreo de cómo las asociaciones discursivas de la Italia de Mussolini con la recuperación de la grandeza perdida del imperio romano nutrían una promesa que su régimen, con él al mando, encarnaban. En este sentido, la gloria perdida funciona como elemento esencial de pureza que fundamenta la “grandeza” de un pueblo y con ello su supuesta soberanía imperativa. ¿Qué separa, en tanto convocatoria, la conjuración de Mussolini del “Make America great again”, lema de campaña del ahora presidente de Estados Unidos, Donald Trump?

No es secundario que el jefe de estado de una de las potencias más poderosas del siglo XXI reconozca a Tierra santa, la Jerusalén que ha sido históricamente el punto de confluencia y conflicto de tres de las religiones con más fieles en el mundo (el islam, el cristianismo y el judaísmo), como la capital política del Estado de Israel. Tampoco es coincidencia que, dicha legitimación se dé al trasladar la embajada norteamericana el día que se conmemora el 70 aniversario de su formación. ¿Estamos testificando la escenificación política de la recuperación de la tierra prometida? ¿Es un nuevo capítulo del relato de un pueblo que se ha reconocido milenariamente sometido, desterrado, errante y, hasta ahora, apátrida?

Justamente se trata aquí de no perder de vista las fracturas, filtraciones y singularidades que atraviesan a los “bandos” en conflicto. Es contra la lógica de lo homogéneo y del acorazamiento de los cuerpos sociales hacia lo que se dirige la potencia del pensamiento batailleano: pone entre dicho lo que busca presentarse como divino, eterno o pretendidamente monolítico de tales construcciones.

De lo anterior, no resulta necio el epígrafe de Kierkegaard: “lo que un día se vio como movimiento político se develará como movimiento religioso”, con el que Georges Bataille abriría el primer número de la revista Acéphale, fundada en 1936, en los albores de la ocupación nazi en territorio francés. Este texto sería un llamado a la resistencia y a la imaginación de otras formas de estar en el mundo, consigo mismo y con los otros. Es necesario distinguir comunidad de homogeneidad; todo mecanismo de cohesión (llámese político o religioso) puede traer consigo la exigencia de una devoción que implique el borramiento del otro, incluso su aniquilación, en pos de una imagen pretendidamente eterna.

[i] Bataille, Georges (1993) El estado y el problema del fascismo, Valencia, Pre-Textos/Universidad de Murcia.

[ii] Ibid. p. 20.

[iii] Ibid, p.22.

[iv] Amaral, Samuel (2014) “Augusto y Mussolini: la presencia de la Roma antigua en la Roma fascista”, Actas de y comunicaciones del Instituto de Historia Antigua y Medieval, (10): 72-87.

 

 

 

 

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